Creyeron que te mataban con una orden de ¡fuego!
Creyeron que te enterraban,
y lo que hacían era enterrar una semilla.
y lo que hacían era enterrar una semilla.
Ernesto Cardenal (Del poema “Epitafio para la tumba
de Adolfo Báez
Bone)
Llegaron sin
caras,
sin piedad
y sin ley,
aunque ellos
eran la ley.
Se llevaron
la vida,
vientres
henchidos;
se llevaron a
justos y a pecadores.
Vinieron en
nombre de la paz
y se llevaron
la paz.
Nunca más la
volvimos a ver,
ni a esos
rostros de humo
que caminan
todavía
contra la
memoria y el olvido.
Son pasos de
nadie,
desvanecidos
de tiempo,
habitantes de
los espejos rotos
de la
memoria,
huesos de
todos
que un día
volverán
sin carne,
sin justicia
y sin saber
quiénes fueron.
La tierra fue
la madre que
los abrazó en
su oscuro útero
y el Río de
la Plata, el padre
que dio el
consuelo líquido
a sus
tormentos inexplicables.
Nos dejaron
el horror,
como una
sombra de tanto dolor.
El martirio
de sus martirizados
mató para
siempre su propia humanidad:
parieron la
bestia que todavía anda suelta.
Los pasos del
jueves
fueron la
carne de aquellos dolores,
uno a uno
fueron llegando,
como pájaros
del atardecer
que buscan el
árbol de la noche.
Pero ellos
venían de la noche
y buscaban el
árbol de la luz.
Buscaron.
Desesperadamente
buscaron
el eco de su
evanescencia.
¿Dónde
estaban? ¿Dónde los tenían?
Volvieron a
buscar
con lágrimas
de arena en los ojos
y cuando todo
era silencio
ellas
gritaron espumas de ira.
Los pañuelos
blancos
desangraron el
olvido
y el camino
circular de la plaza
fue el molino
donde
trituraron la desesperación.
La certeza
del luto irremediable
maduró
después,
como una
zarza espinada
¡Cuántas
cruces bajo el agua,
cuánto
sufrimiento duerme bajo la tierra!
Esperan la
luz para dejar de ser nadie.
Después
vinieron los hijos
robados a los
vientres estremecidos.
Volvieron de
su propia ausencia,
como polen de
aquellos huesos
esparcido al
futuro.
Huesos tibios
que laten
tuétanos de
llanto y gemidos.
Hay vapores
de esperanza
que suben desde las tumbas ignotas.
Cementerios
líquidos y anónimos,
pozos oscuros
que iluminan la verdad
son ahora los
ojos de los jueces.
El último
grito vendrá del calcio eterno.
Todo se
sabrá. Todo lo sabremos.
(c) Hugo Morales Solá
1 comentario:
Conmovedor, trágico y al mismo tiempo esperanzador poema. Un abrazo, estimado Hugo.
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