jueves, 29 de diciembre de 2011

La cultura Condorhuasi - Parte III

Setecientos años de evolución

La cultura Condorhuasi, como expresión del espíritu humano -individual o colectivo-, fue, desde luego, el resultado de una lenta y larga evolución en el tiempo del modo de ser de este pueblo, que demandó un proceso de alrededor de 700 años (200 a.C. - 500 d.C.). Pero ella puede exhibir, como en pocas sociedades, la profundidad de las transformaciones sociales, políticas, económicas y religiosas, que en conjunto sintetizaron el progreso cultural de Condorhuasi. Esto es lo que da cuenta acabadamente el mensaje que sobre todo el arte de esa comunidad dejó para la historia, como muestra viva de su crecimiento espiritual. 
Los avances históricos de Condorhuasi se pueden medir también desde otros rastros arqueológicos, como las ruinas de sus viviendas o cementerios, pero es en la producción de sus manifestaciones artísticas donde mejor reveló esta cultura el desarrollo de su inteligencia y todos sus talentos dormidos. Lo hizo, como se vio, en la piedra y en la metalurgia, pero con la cerámica coronó la calidad estética de su genio creativo. Es cierto, no lo hicieron con conciencia artística, para disfrutar de toda la vastedad de su creación, sino que con ella pretendieron servir a las divinidades que impetraban, fueron instrumentos de comunicación con la trascendencia sobrenatural y, con eso, para ellos estaba cumplida la misión creadora de todo su arte. Del mismo modo, puede concluirse con el resto de su producción doméstica o militar. Pero desde la mirada arqueológica esta obra portentosa del arte de Condorhuasi es la ventana más idónea para conocer su vida, su espíritu y sus creencias. 
Los investigadores Víctor A. Núñez Regueiro y Marta R. A. Tartusi clasifican a la evolución de la cerámica de Condorhuasi en tres fases perfectamente notables, según las variaciones que fue manifestando con el trajinar de los siglos. A la primera fase, entre los años 200 a.C. y 200 d.C., llamaron “Diablo”. El segundo período se identifica como “Barrancas” y ocupa el período entre los años 200 d.C. y 350 d.C. En tanto que el tercer momento artístico de la cerámica se lo conoce como “Alumbrera”, desde el año 350 d.C. hasta el año 500 de la era cristiana, cuando comienza a extinguirse esta civilización.  

La “fase Diablo”

Es la etapa original de este pueblo, es tosca y rudimentaria, de recipientes esféricos y cuellos cilíndricos, con dibujos en líneas verticales más bien serpenteadas. La cerámica era de un material precario y de colores pajizos u oscuros con escasa o ninguna empuñadura. Más tarde, fueron apareciendo, dentro del mismo período, las vasijas mejor pulidas y de tonalidades grisáceas, que conservaban, de todos modos, el diseño básico y elemental, aunque muchas piezas de cuerpos más achatados y mejor trabajados los mangos. Su ornato mostraba ya líneas quebradas de una geometría simple pero a la vez novedosa, que se resumían en rombos o triángulos vacíos en su interior o, por el contrario, atiborrados de pequeñas manchas en formas de puntos. Desde luego, poco -o ninguna- abstracción podía haber y sus creaciones eran esbozos de la naturaleza, como las vasijas con formas de zapallo. Un diseño común de ese tiempo, pero que resumía, por un lado, el grado de evolución de la comunidad, que había estacionado definitivamente su nomadismo en este territorio, a la vez que reflejaba que había comenzado a aprovechar la tierra con prácticas agrícolas cada vez más intensivas.

Vaquería

Mientras evolucionaba la cerámica de puro cuño Condorhuasi, en el valle salteño de Lerma conocían la luz de la creación las primeras obras de la cerámica Vaquería, que tendría su centro precisamente en esa región, aunque se expandiría hacia las zonas valliserranas como un regreso a la matriz de Hualfín, desde donde Condorhuasi ejercía su poderosa influencia. De ahí que este estilo, pulcro y refinado, resulte, en realidad, un producto de calidad estética tal vez superior, pero sin renunciar a los destellos originarios de Condorhuasi. Desde allí, esta cultura pudo irradiarse también hasta los umbrales de la Puna chilena, a través de una red de vasos comunicantes con la cultura de El Molle, en el norte de Chile, que transmitieron la clara ascendencia de Condorhuasi sobre el arte de la región. 
El producto de Vaquería versó, sobre todo, en torno de jarros cilíndricos, cuyos cuerpos representaban a figuras o cabezas humanas, pintadas con rojo oscuro y negro sobre un fondo de amarillo pálido, cuyas líneas geométricas hacen muy difícil la diferenciación, por ejemplo, con los vasos rituales de Hualfín, de bandas escalonadas, decoradas, por lo general, en negro y blanco. Tal vez toda esta obra pertenezca al momento de mayor esplendor de la cultura Condorhuasi, alrededor del año 100 de la era cristiana, cuando exhibió las más importantes transformaciones culturales que permitió ampliar la onda expansiva de la explosión cultural que había detonado en Hualfín. 

 La “fase Barrancas”

Amanece por el tercer siglo de la edad cristiana y sería conocida como Condorhuasi Polícromo Clásico, quizás sea, en realidad, el producto de aquel gran salto cultural del siglo anterior. Sus formas son ya mucho más variadas y los colores de los vasos y vasijas más diversificados. De una época casi monocromática se había escalado a este estadio multicolor, que ciertamente llenó de vida a sus productos. A esa época prolífica pertenecen los vasos rituales, verdaderas esculturas de cerámica de silueta humana, con el cuello del recipiente ubicado sobre la cabeza, con piernas cónicas o en globo, sin pie, y con los cuerpos atravesados de rayos o serpientes. A veces eran de líneas animales y otras de perfil mixto, entre humano y animal, de mayor semejanza todavía a los vasos de Vaquería. Dicen los arqueólogos que las representaciones animales, con predominio felino, pumas o jaguares, tenían un significado metafórico, pero los modelados con representaciones humanas expresaban el liderazgo de algunos hombres, así como el surgimiento de la desigualdad social, que ya por esa época empezaba a transmitirse de manera hereditaria. 
Por eso es que hasta la religiosidad servía para marcar las diferencias de clases en la sociedad, ya que el uso de las imágenes de un culto, como el solar, les daba pertenencia a algún estrato de ella. Del mismo modo, la representación de los vasos ceremoniales con figuras de hombres sentados, de imagen esférica, simbolizaban, según la lectura de los investigadores, el poder de los jefes políticos de la ciudad, porque a ellos pertenecía exclusivamente esa posición ritual. Tal vez una de las piezas de cerámicas más conocidas sean, además de los cuerpos de felinos y aves, los recipientes con formas de mujer en actitud de gatear, con cuerpos globulares y en cuatro patas, así como aquellos que representaban a los hombres exhibiendo claramente su sexo. 

Los “zeppelines”

Una rara pero típica imagen de esta cultura fueron igualmente los “zeppelines”, entre los vasos de imagen zoomorfa. Eran efigies coniformes de cuello alto y gallardo y cuerpo en globo. Lo cierto fue que este arte tuvo un altísimo contenido de modelado que prevaleció por sobre lo decorativo, como observa un sector de la arqueología. Un arte que dejó manar la creatividad por las manos de los artesanos, que entregaron lo mejor de su imaginación al sueño de las formas, dando libertad a sus dedos para amasar la arcilla con diseños extraños, alucinados, como deslumbrados por la existencia e hipnotizados, al mismo tiempo, por torrente de espiritualidad que se despeñaba con una fuerza expresiva irresistible en cada creación. Un arte, en suma, de una belleza delicada, refinada y sutil, trabajado hasta el mínimo detalle para que las técnicas del acabado de cada una de sus piezas fuesen resistentes al peso y el paso del tiempo. 
Todo lo cual, en otras palabras, demuestra el grado de evolución de la cultura de Condorhuasi, por encima de otras manifestaciones culturales contemporáneas, que eligió a las formas, los relieves y el difícil trabajo escultórico más que a la destreza de la pintura y la combinación de los colores sobre la cerámica. Un trabajo espinoso, y arduo, comprometido con los contornos, cuyos rostros, sobre todo, pudieron transmitir hasta nuestro tiempo el mensaje de su presencia mística y trascendente, a través de figuras alucinantes, emergidas de la pura creación del hombre originario de Condorhuasi. 

Alamito

 La ultima fase del arte cerámico de Condorhuasi se desarrollo en Alamito, en el departamento catamarqueño de Andalgalá, como un gran brazo de irradiación de esta cultura prehistórica de los valles del noroeste argentino. Desde luego, la tendencia al modelado siguió prevaleciendo, si bien se abandonó ya la combinación de los colores típicos de la etapa anterior, esto es, la pintura negra, de bordes blancos sobre un fondo de engobe rojizo, y comenzó a modelarse en cuerpos de gran volumen de líneas elípticas y cuellos cilíndricos que reproducían seres humanos o animales. Es el momento artístico de esta cultura que la ciencia arqueológica identifica como “Fase Alumbrera tricolor”, que se extendió desde el año 350 hasta los alrededores del 500 de nuestra era. Un arte que resplandeció con luz propia en el universo cultural de su tiempo, y de los que vendrían, que mojó notablemente con su influencia a otras culturas contemporáneas y futuras con el sello de la alta especialización de espíritu creador. 

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 Fuentes: 
*EL Período Formativo Inferior. Víctor A. Núñez Regueiro - Marta R. A. Tartusi -
*Sociedades Agropastoriles Tempranas: El Formativo Inferior del Noroeste Argentino. Olivera, D. E. (2001) En Historia Argentina Prehispánica, Tomo I: pp. 83-125. Brujas. Córdoba.
*Sitios web: www.arteceramico.com.ar - www.catamarcaguia.com.ar - www.sepia-arte.com.ar - www.mineria.gov.ar - www.precolombino.cl - www.naya.org.ar

(c) Hugo Morales Solá

viernes, 9 de diciembre de 2011

La cultura Condorhuasi - Parte II

   Dioses para cada actividad
   
   Eran las mismas deidades que, al final de la vida, acompañaban también a la muerte. De hecho, la mayoría absoluta de la iconografía en cerámica hallada en esta cultura fue extraída de las tumbas de los cementerios. Estos sepulcros eran amplias cámaras de 2 o 3 metros de profundidad que se ensanchaban en el extremo inferior, donde podían caber uno o más cuerpos y se depositaban vasos, platos y fuentes de cerámica, adornados de incrustaciones de oro, que esbozaban la figura de felinos. Hubo igualmente otras esculturas de piedra. A veces la tumba disponía de una pequeña cámara lateral que servía para agregar estos objetos ofrecidos para el viaje eterno de quien había muerto. Incluso, este ofertorio se completaba con el ajuar personal del difunto, es decir, la suma de sus objetos y adornos personales metálicos, líticos o de arcilla. La muerte de un miembro de esta comunidad iba escoltada, del mismo modo, de la muerte de una llama, que era sacrificada para depositarla con las demás ofrendas en la misma sepultura. 
   Una cultura teocéntrica, como la de estas sociedades primitivas, intentaba interpretar la existencia -adversa en muchos sentidos-, la naturaleza -omnipotente y desconocida- y el universo, en definitiva, desde una espiritualidad mágica, ante la incapacidad natural de la condición humana de responder con recursos más racionales en esos tiempos remotos. El sol, por ejemplo, fue el culto mayor que practicaron, hasta que los siglos descendieron ese credo religioso a la madre tierra para que la Pachamama presidiese toda la espiritualidad andina. 

La influencia regional 

   Precisamente, desde esa cultura, que giraba en torno de la presencia divina, los hombres y mujeres de Condorhuasi estructuraron toda la vida familiar, social, económica y política. Sus rutinas, su trabajo cotidiano, eran dirigidos desde ese sistema de creencias. Incluso, las relaciones con otros pueblos estaban gobernadas por el mismo patrón espiritual que, desde luego, era compartido por las sociedades vecinas con quienes interactuaba, a través de un tráfico progresivo de comunicación, como un modo seguir respondiendo a las pulsiones nómadas que todavía latían en su espíritu. 
   Sucedió, efectivamente, que el hecho cultural de la sedentarización no impidió que avanzaran en la exploración de otros territorios desconocidos y descubriesen otros pueblos con características comunes y otras particularidades que le daban a la vez una identidad exclusiva. Estaban ávidos de aprender y transmitir, de actuar e interactuar, de fundir culturas e integrarse, a través de sus creencias comunes y diferentes a un solo tiempo. 
    Esto es lo que se ve claramente en la influencia poderosa que ejerció Condorhuasi sobre la producción artística de otras culturas de su tiempo, hasta proyectarse más allá del territorio propio de Catamarca, como el influjo indudable que se observa en la cerámica encontrada en yacimientos de La Rioja, Santiago del Estero y aun en algunos sectores de la Puna Meridional. Los menhires En las esculturas de piedra, aparece, por supuesto, el predominio fuerte de “los suplicantes”, que no tuvieron aquí el protagonismo central que exhibieron en la cultura Tafí, pero de todos modos hubo, sí, una misión mística preponderante de estos seres de piedra que intercedían por los hombres ante el altar de los cielos. No está claro, sobre este fenómeno, de dónde viene la influencia de estos menhires: ¿fue la cultura Condorhuasi que impactó fuertemente sobre la de los tafíes hasta hacer de estas “piedras largas” el centro de su religiosidad o, al revés, fue la espiritualidad Tafí que penetró sobre la Condorhuasi con manifestaciones disminuidas de la misma mística? 
   Lo cierto fue que compartieron la misma cosmogonía originaria que se expandió por los valles del noroeste argentino a través de la intensa interculturalidad que experimentaron los albores del poblamiento de esta región. Hay, igualmente, otras producciones líticas menores en Condorhuasi que rescatan su destreza escultórica de manera no menos brillante, como platos, morteros, las pipas rituales, que servían para quemar sustancias alucinógenas y permitían al hechicero y sus acólitos entrar en el trance de comunicación con los dioses, o las hachas de cuello, finamente labradas, utilizadas con el mismo propósito ceremonial, o las “tembetás”, que eran unas piezas cilíndricas cinceladas en piedra que se incrustaban en los labios. También tallaron pulcramente la piedra lapislázuli para hacer collares que, según algunos investigadores, podrían haber sido utilizados como medio de pago, además de haber sido objetos de ornamentación religiosa. 

 El arte metalúrgico 

  Crearon, por otra parte, las artes y las técnicas metalúrgicas cuando descubrieron los metales abundantes -blandos y duros, comunes y preciosos- que yacían en las montañas que los envolvían en el valle de Hualfín. Aprendieron primero a extraerlos con diferentes métodos, cuya pericia fue perfeccionándose con el paso de los siglos. Precisamente, la variedad de metales que llegaron a extraer estimuló la imaginación de los nativos y comenzaron a intentar fundir unos con otros para observar sus resultados y analizar los grados de maleabilidad o de resistencia de estas nuevas combinaciones metálicas. Las aleaciones, en suma, sirvieron para producir una parte importante del arte de su ornamentación personal, militar y religiosa. De ellas -y, naturalmente, de la creatividad de los artesanos- aparecieron las vinchas, colgantes, aros, pulseras y pectorales. Muchos hechos de oro, plata y cobre, pero también de bronce.

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 Fuentes: 
*EL Período Formativo Inferior. Víctor A. Núñez Regueiro - Marta R. A. Tartusi -
*Sociedades Agropastoriles Tempranas: El Formativo Inferior del Noroeste Argentino. Olivera, D. E. (2001) En Historia Argentina Prehispánica, Tomo I: pp. 83-125. Brujas. Córdoba.
*Sitios web: www.arteceramico.com.ar - www.catamarcaguia.com.ar - www.sepia-arte.com.ar - www.mineria.gov.ar - www.precolombino.cl - www.naya.org.ar


(c) Hugo Morales Solá


 Mi columna en El Corredor Mediterraneo. Revista cultural de Río Cuarto. Córdoba.  https://acrobat.adobe.com/link/review?uri=urn:aaid:scds:U...