Carta abierta a manera de prólogo
Amigo poeta Hugo Morales Solá, le escribo
esta carta-prólogo para su Libro de la Feria de Simoca y le hago llegar mi enhorabuena por dejar tan bien plantada la
idea de recuperación de la Memoria histórica, algo que tanta falta hace para
el reconocimiento del acervo Cultural de nuestros pueblos Argentinos.
Su brillante labor de Historiador y Poeta, puesto en pie de lucha,
queda demostrada en estas páginas que son acerca del pensamiento y la Memoria de nuestro querido Tucumán.
Al leer su libro, no sólo recupero mis Orígenes, sino
también las fuerzas suficientes para
seguir adentrándome en los Motivos y las Razones de lo que fuimos y estamos
hechos en el tiempo.
Quiero agradecer también el gesto de acordarse de mi
obra y de lo que yo hago por la querida Tierra, desde lejos. Me invita que lo
acompañe en su Libro y esté presente en la Celebración de los 300 años de la
Feria de Simoca. Mi casa y mi pueblo, donde aprendí temprano la venerada Luz de los recuerdos
y el noble oficio de decir con
las palabras cómo siento y lo que pienso.
***
Miro a través de su libro pasar el
río de Gentes venidas como de todas partes. Los antepasados ilustres, que aún viven en Nosotros. La
mística y la mítica versión de la que durante Siglos es conocida como la Feria
de Simoca.
A la Feria la hicieron los infaltables
Gauchos, los campesinos, y los que fueron llegando día a día desde tantas partes, y hasta algunos que, después
de conocerla, se quedaron para siempre habitando nuestro pueblo.
Es con este querer Saber “quiénes somos,
de dónde venimos o hacia dónde vamos” que su documentado estudio de la Feria nos alumbra el
largo y ancho camino de la Historia, poniendo el conocimiento a disposición de
las generaciones presentes y futuras.
***
Estoy parado en la Estación abandonada de
los trenes, mirando hacia la Plaza mítica de Evita y el Arco que da entrada al
ventarrón de gentes que se aturden con las emociones del lugar, conjunto que es el vivo retrato de la pintura del ayer y del
mañana.
Gozando de la alegría de poder seguir
viviendo junto a todos, escribo desde la Casa de la Cultura, que también perpetúa el amasado pan de la
Nostalgia, al celebrar la publicación del Libro de la Feria de Simoca. Y junto a tantos otros nombres y lugares que, sin nombrarlos, me enseñaron el camino de lo
que ahora estoy sintiendo renacer a través de las hermosas páginas de este
libro de poesía, historia, periodismo, o las añadiduras que el
avezado Lector prefiera hacer si corresponde.
La indagación de los Orígenes y las Crónicas recogidas en
el Libro no hacen más que llevarme al pasado de algo que siempre para mí estará
vigente desde el testimonio fotográfico de uno de entre los mayores ausentes en el
pueblo, el hermano Hugo Ibarra. Y espero que una vez más esas
Imágenes captadas en la retina, en blanco y negro, sirvan al regocijo popular del agradecido Lector de la
Memoria del siempre venerable Mundo de la Feria.
***
Me recuerdo, siendo niño, estar viviendo
dentro del mismo corazón Ferial en la última Estación de Trenes. Sintiendo y
conociendo, desde el Viernes por la noche, lo que sería al otro día la
algarabía y el espíritu del encantado mundo del Sábado de Feria. Recuerdo a los que la hicieron para que nadie olvide el pasado ni las palabras de
las que estamos hechos.
Veo las muchedumbres que se vuelcan, como
en las Procesiones del 24 de Septiembre, pero cada Sábado, en otro enjambre de voces que
se mezclan entre la oferta y la demanda de las mercaderías y los tratos. El
último concierto de una pelea de gallos o una carrera de caballos y de sulkys.
La Fiesta popular donde el Amor es el que
vence al trueque. Los pañuelos con sombreros y las sombrillas por lo alto. La
época cuando todavía las sillas de los aperos eran de plata. De plata y oro, los recuerdos. El tiempo de las injustas muertes que se fue llevando casi todo.
Y también algo que Oí decir, ha mucho
tiempo de esto y me dejó marcado para siempre, que La Feria de Simoca era el
Mundo más parecido al antiguo Foro Romano y los Mercados Persas.
La Filosofía popular inventa y
dice realidades, convertidas en Mito o en leyendas. Mientras, la música del corazón seguirá
poniendo estrellas como velas en el cielo de los que ya no están pero quisieron que el
Poeta hable. Viejos maestros en el Arte de amar y ser amados.
En el advenimiento del Centro comercial y
de intercambio, en donde aún se continúan desarrollando las Culturas, los
productos de la Tierra pasan de mano en mano desde hace 300 años y más,
como los paraísos o los infiernos en la vida. Esa pelea que dura
en el constante periplo de la
tierra.
Ahí están, hoy, en los Ranchos, los
famosos tenderetes, hechos otrora de catres y con las bolsas arpilleras en el
suelo. Repletos de mercaderías envueltas en las fragancias que salen de la
tierra, iban extendiéndose a la luz de
la luna o bajo un farol de noche. Las hojas del tabaco se mezclaban con las hortalizas y las frutas, entre el rezongo de un animal
que se resistía a la exposición de ser vendido.
Algunas Personas se quedaban conversando hasta bien tarde, junto al
fuego, y hasta que cante el gallo y
amanezca nuevamente el solecito sabadeño de la tierra. Sembraban con los ojos y
los colores de las voces los sábados de Feria. Y también una mujer y un hombre que se
encuentran para que la Tribu continúe.
El azahar de los naranjos o el lapacho
floreciente entre los corazones siempre jóvenes de los enamorados. La sentida
música de los recuerdos, sobre el escenario del cantor Virgilio bajo el encendido patio de
moreras y de lunas con estrellas, donde alguien canta una
canción de cuna.
Los sauces y el arroyo. El
arrabal del mundo de los trabajadores y estudiantes, con los que aprendo todavía a
vivir conmigo en los Destierros. Los años de la Escuela con las campanas de
Recreo. La Feria de Simoca y el MercoSur que crece en los álgidos veranos de mi
tierra tucumana. El Todo y Nada para el resurgir de la Naturaleza de las cenizas
abiertas de la noche provinciana.
Recuerdo todavía aquellos días
de fuegos encendidos en el recinto de la Feria, y a cuyo alrededor los
campesinos y carreros de la zafra estaban esperando con sus
mulas y los bueyes para entrar en las Balanzas de los malacates, mientras
algunos descansaban contándose historias peregrinas, como para amenguar la
noche de los tiempos.
El Semicírculo sagrado de gente laboriosa
que iba fomentándose la esperanza de poder vivir algo mejor un día de sábado de
Feria, cuando tampoco faltaba la mirada de Amor por la belleza
que terminaba dentro de la Iglesia, en las Bodas del cielo con la tierra.
Cuando la gente iba llegando desde muy
temprano, en tren, a pie, a caballo o en los hermosos sulkys, al epicentro de la
sombra del silencioso Pacará, testigo fiel de las calles de polvo y
todavía divididas por la Vía del tren que iba de Sur a Norte o viceversa. Desde el Recreo el Rosedal, La
Cruz del Barrio de la Hilacha o de la Finca Mothe y hasta el mismo Centro de la
Villa y la Estación de Trenes, Hoy, desafortunadamente desaparecida o muerta en
el destierro o el olvido.
Pero todos reunidos, Campesinos y
Villeros, sin distinción de clases, bajo el sufrido edificio de
sombras del Pacará que duerme en sus raíces. Y donde alguna vez, dijeron otros,
acampó el creador de la Bandera, don Manuel Belgrano. Los Indios y los Gauchos
con la Extranjería que pueblan el arquetipo de Simoca desde la Memoria.
El sabroso olor característico de la Feria
y el murmullo de hombres y animales sabía crecer incesante, parecido a ahora, y
se apagaba como el fuego hasta el próximo Sábado de Feria, desde la venida y la
salida del primero y último Tren o Colectivo del pueblo de Simoca.
El aceite de las ollas salía a borbotones con las
empanadas y los pasteles de la abuela, entreverándose con el aroma del café y
el Mate con tortilla hecha a las brasas. Y cuando hasta el asado sabe a gloria,
acompañándose de un vaso de vino con bandoneón y una guitarra por los improvisados
boliches de la Feria. El baile, el
Canto emocionante de las sensaciones
del espíritu y cuando Vivir vale la pena, siempre.
En resumidas cuentas, amigo Hugo Morales Solá, digamos que todo esto lo he revivido con su libro de la Feria, en el que queda dicho con el mejor estilo, puro, sencillo y verdadero, de
aquel que, como usted, sabe moverse en el
entendimiento de cada uno de los apartados que componen la Obra.
Y como Sé muy bien que no han de faltar
los probables añadidos del Lector ausente, recuerdo estos versos del gaucho Martín Fierro, que decían “Lo que pinta este pincel,/ ni
el tiempo lo ha de borrar;/ ninguno se ha de animar / a corregirme la plana;/ no pinta
quien tiene gana,/ sino quien sabe pintar”.
Doy un abrazo en Ud. a todos
los Hermanos, Amigos de Simoca.
Hasta la Vuelta, Siempre.
Ángel Leiva Monserrat
Sevilla. España. Primavera de
2010.
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