Sucede que los mismos que hoy condenan con grandes denuestos la expropiación de YPF de manos de la empresa española Repsol, justificaron con fervor esas mismas medidas que años atrás las habían tomado sus propios países invocando argumentos semejantes a los del decreto de necesidad y urgencia que firmó días pasados Cristina Fernández de Kirchner.
Mariano Rajoy y Felipe Calderón, de ellos se trata, primer ministro de España, el primero, y presidente de Méjico, el segundo, no vacilaron, en efecto, en defender las expropiaciones con un grado de convicción como si fuera propio, cuando recordaron las estatizaciones en sus países de un recurso energético básico para cualquier economía nacional y global, como es naturalmente el petróleo. Lo hizo Rajoy en 2008, cuando se valió de esos fundamentos para criticar a su archiadversario José Luis Rodriguez Zapatero, quien ocupaba en esa oportunidad la primera magistratura española. En realidad, su país ya había sentado el precedente de la soberanía energética en 1927, cuando el rey Alfonso XIII dispuso el control monopólico de los recursos petroleros por parte del Estado español, por iniciativa del ministro de Hacienda de la dictadura de Primo de Rivera, José Calvo Sotelo, y expropió a las empresas extranjeras que abastecían a por lo menos el 80% del mercado de combustibles de la península ibérica. Lo hizo después Calderón, en 2011, en ocasión de recordar la misma decisión de su antecesor Lázaro Cárdenas, quien en el marco de una política de nacionalizaciones resolvió en 1938 la estatización de los recursos petroleros mejicanos. No dudó el actual mandatario azteca en elogiar el valor de una medida de auténtica soberanía nacional sobre uno de los sectores estratégicos del pueblo de Méjico.
¿Por qué, entonces, se ataca con tanto ardor a la Argentina cuando decide un acto de la misma naturaleza y con abundantes evidencias del daño que la mala explotación de la mayor parte de los recursos petroleros argentinos, a cargo de la empresa Repsol, le estaba infligiendo a la economía nacional y sobre todo al mercado energético de los argentinos, que ya padecía crónicos problemas de desabastecimiento? La virulencia de la reacción del gobierno español llegó a amenazar con una suerte de bloqueo a ciertas exportaciones argentinas hacia ese mercado, sin perjuicio del frenesí que puso en las diligencias orientadas a buscar apoyo internacional, especialmente en el bloque de la Unión Europea, para que cayese sobre la Argentina un castigo ejemplar.
Pues bien, la historia no hace otra cosa que verificar el cumplimiento instintivo de una ley que atraviesa a los seres humanos, en sus dimensiones individual y colectiva, y a los demás seres vivos del planeta: la supervivencia del más fuerte. En el caso de la convivencia de los pueblos en el mundo, el estado más fuerte se permite actos que al mismo tiempo prohíbe a los más débiles, porque de otro modo debería admitir la igualdad de las condiciones que permitiría la supremacía de la justicia por encima de los intereses propios. No cuentan, entonces, las convicciones ni los principios, la coherencia ni las contradicciones, andar o desandar las políticas estructuradas desde cualquier plataforma doctrinaria. Lo que importa, sí, es la coherencia con el capital. En el caso español, porque se trata de Repsol, una empresa que los españoles consideran “sistémica” para su economía, esto es, que abajo de ella existe un castillo de naipes que arrastraría aun más a la maltrecha económica hispana y amenazaría incluso con propagar sus males a la Unión Europea. En cuanto a los mejicanos, defienden igualmente los capitales que forman parte del paquete accionario de Repsol, de quien el estado mejicano es socio.
Pues bien, la historia no hace otra cosa que verificar el cumplimiento instintivo de una ley que atraviesa a los seres humanos, en sus dimensiones individual y colectiva, y a los demás seres vivos del planeta: la supervivencia del más fuerte. En el caso de la convivencia de los pueblos en el mundo, el estado más fuerte se permite actos que al mismo tiempo prohíbe a los más débiles, porque de otro modo debería admitir la igualdad de las condiciones que permitiría la supremacía de la justicia por encima de los intereses propios. No cuentan, entonces, las convicciones ni los principios, la coherencia ni las contradicciones, andar o desandar las políticas estructuradas desde cualquier plataforma doctrinaria. Lo que importa, sí, es la coherencia con el capital. En el caso español, porque se trata de Repsol, una empresa que los españoles consideran “sistémica” para su economía, esto es, que abajo de ella existe un castillo de naipes que arrastraría aun más a la maltrecha económica hispana y amenazaría incluso con propagar sus males a la Unión Europea. En cuanto a los mejicanos, defienden igualmente los capitales que forman parte del paquete accionario de Repsol, de quien el estado mejicano es socio.
Si bien esta ley es tan antigua como la naturaleza misma, bastará con remontarnos a la Revolución Francesa para constatar que atravesó efectivamente la historia de la humanidad y comprobar cómo sus ideales comenzaron a intranquilizar a la cultura dominante de la época (el mainstream), sobre todo de la Gran Bretaña de finales del siglo XVIII. La clase gobernante, en efecto, representaba casi exclusivamente a los sectores productores de la riqueza de la nación y se llamaba a sí misma “gente de calidad superior”. Ese espíritu naturalmente se trasladó después a los Padres Fundadores de los Estados Unidos, y uno de ellos, Alexander Hamilton, fue el que directamente aludió al pueblo como la “gran bestia” que debía ser domada. Su par, James Madison, mientras tanto se preocupaba por el “espíritu igualitario” que suponía el sufragio universal, porque -como recuerda Noam Chomsky- esto significaba ceder el poder sobre la propiedad privada a quienes no tenían propiedad. “Su solución -dice el lingüista y filósofo estadounidense- fue mantener el poder político en el seno de quienes provienen y representan la riqueza de la Nación y conservar al resto de la sociedad fragmentada y desorganizada”. Desde luego que las circunstancias históricas fueron determinando de alguna manera esa cultura fundacional de los Estados Unidos y para ser justo hay que decir también que estos próceres fundadores estaban inspirados por un espíritu más filantrópico y romántico, según el cual los estadistas ilustrados podrían conducir mejor los interés nacionales, cuyo beneficio llegaría inexorablemente sobre las mayorías, de quienes temían sobre todo su “tiranía” si llegaban a controlar el poder político. Sin embargo, el tiempo y el mentor del capitalismo, Adam Smith, se ocuparon más tarde de demostrarles que el motor de esas minorías privilegiadas y gobernantes era nada más que su egoísmo, que el mismo economista escocés definió con maestría cuando describió ese comportamiento como “todo para nosotros y nada para los demás”. Lo llamó naturalmente “máxima vil”.
En otras palabras, las reacciones de los gobernantes de España y Méjico se parecen mucho a aquella realidad histórica que describe Chomsky, porque es perfectamente trasladable desde la escala de la convivencia social de un país a las relaciones internacionales. Algo así como una dura recriminación planteada en estos términos parecería escuchársele a estos gobernantes sin memoria: “Tú, que eres el más débil de esta ecuación económica, no puedes hacer lo que yo hago. Debes esperar a ser un país adulto, fuerte y libre”. El problema es -y será- que por el camino de la censura injusta, de una coexistencia global signada por la marginación y el juego desigual de los poderosos sobre los más débiles ningún pueblo podrá nunca llegar a ser soberano e independiente. Es que de eso se trata: “¡Es la economía, estúpido!”.
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(c)Hugo Morales Solá
Fuentes:
• Víctor Hugo Morales - http://www.victorhugomorales.com.ar
• Atilio A. Borón: “Tras el búho de Minerva - Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo”. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) - Fondo de Cultura Económica. 2000.
• Wikipedia.
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