¿Recuerdas
los abrazos, las manos que se aprietan
y
el calor de un beso en la mejilla,
los
cuerpos que se rozan,
que
se chocan y se agolpan en las calles?
¿Recuerdas
la carcajada atragantada de alegría
que
mostraba el brillo de los dientes al sol?
¿Recuerdas
nuestras manos entrelazadas,
tu
carita junto a la mía y el sudor de nuestros alientos?
¿Recuerdas
mis caricias que despertaban tus sueños
y
tus caricias que adormecían mis vigilias?
¿Recuerdas
la prisa en las calles, la urgencia del taxi,
recuerdas
el estrés del dólar y la inflación desbocada,
el
embotellamiento urbano
y
el bullicio de los sobrevivientes de la ciudad?
¿Recuerdas
la sonrisa desnuda de barbijos?
Hay
ahora un respiro profundo de la naturaleza
y
el justo descanso del planeta.
La
selva, los bosques y desiertos
devuelven
los animales
a
sus lugares arrebatados.
Los
mares se aquietan y se enfrían,
los
glaciares vuelven al hielo de su perplejidad.
¡Ah,
cuánto darías por cambiar esta quietud de cuarentena,
por
las angustias de aquellos días desenfrenados,
por
el paroxismo desaforado del dinero!
¿Quién
te dijo que ese tiempo era la normalidad?
Ese
tiempo sólo fue el de la naturaleza desconsolada.
¿Quién
te dijo que ese tiempo lo merecías más que otros?
¿Quién,
que tu humanidad es superior a la de muchos?
¡Cómo!
¿Que tus derechos están por encima de los demás?
¿Qué
tus méritos te habilitan al descarte de muchos?
El
virus nos ha igualado en una sola tempestad.
Y
tú, sigues ostentando la sinrazón de tus oropeles
Yo
volveré a dibujar tu silueta
en
el humo estilizado que levita el café,
sólo
si nuestra humanidad
conoce
otras alturas
en
otros cielos y en otras tierras.
©Hugo
Morales Solá
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